jueves, 13 de febrero de 2014

El Museo de la Memoria de Ústica.


Uno, en su aerotrastorno crónico, está siempre ávido de recorrer Aeropuertos, Museos y todas aquellas localizaciones relacionadas de una u otra manera con el universo aeronáutico.

Una de estas visitas me llevó el pasado mes de Agosto/2013 hasta el Museo de la Memoria de Ustica, en Bolonia y debo decir que es una de las experiencias más singulares que he vivido (y sentido) dentro de este mundo tan extenso y sorprendente.

Para situarnos en la causa primigenia de la creación en el año 2007 de este espacio expositivo que es el "Museo per la Memoria di Ustica" (tal es su denominación italiana) hemos de remontarnos al año 1980, concretamente al 27 de junio.

Ese trágico día, el DC-9 I-TIGI de Itavia realizaba el vuelo IH870 Bolonia-Palermo con un total de 81 ocupantes a bordo (77 pasajeros más 4 tripulantes)  cuando a las 20:59 desaparecía de los radares aéreos para no volver a aparecer, dejando el silencio como respuesta a las diversas e infructuosas llamadas que se le realizaron.

Cazas F-104 de la Fuerza Aérea Italiana apoyados por helicóperos intentan localizar el vuelo sin éxito iniciándose a la mañana siguiente una búsqueda más extensa que permitió localizar los restos del aparato y sus ocupantes en la zona de Ústica en el Mar Tirreno donde cayó, procediéndose a rescatar los cuerpos y entregarlos a sus familias.

Es a partir de esta serie de luctuosos hechos que se comienzan a estudiar las causas de lo acontecido barajándose por la autoridades judiciales de Palermo, Roma y del Ministerio de Transporte diversas posibilidades: colapso estructural de la aeronave, atentado con bomba a bordo, colisión en vuelo e incluso el impacto de un misil.

Las investigaciones oficiales avanzaban de manera exasperadamente lenta y sin resultados concretos hasta que cuatro años después se presentó el informe oficial del accidente elaborado por 6 expertos que coincidían en la causa del mismo: un misil había derribado al aparato explosionando cerca de la parte delantera del aparato sin poder dar más detalles del modelo del mismo o de los autores del disparo por falta de datos aunque se ha sabido que los investigadores estuvieron sometidos a muchas presiones en relación a la posible identificación del tipo de misil.

Este sería el punto de partida de una rocambolesca historia plagada de discrepancias y contradicciones  que ha llegado inconclusa a nuestros días, ya que aunque la versión oficial determinó que la explosión se debió a un acto terrorista mediante una bomba colocada a bordo, según dictamen del juez Priore en 1999  (en lo que se había convertido en la causa judicial más larga de la justicia Italiana) ocurrió por una acción militar que interceptó y derribó al Dc-9.

Se han producido varios juicios desde entonces cerrándose el caso en 2006 para ser reabierto en el 2008, punto en el que se encuentra ahora mismo para intentar dilucidar si los diversos encargados de las investigaciones y sus superiores han actuado no ya de manera negligente sino incluso dolosa a efectos de ocultar la causa real de esta tragedia y sus responsables, intentando aclarar de una vez por todas lo sucedido.

Ciertas informaciones que hay que tratar con la reserva lógica, vienen a defender que una serie de errores cometidos en una operación de intento de derribo del avión oficial en el que viajaba el dirigente libio Gadafi a manos de un Mirage francés, terminaron con el Dc-9 de Itavia y sus 81 ocupantes en el fondo del mar (informaciones que se basan en determinados documentos de los archivos oficiales libios a los que se habría podido acceder tras la caída y muerte en 2011 de dicho personaje).

Teorías de la conspiración aparte, lo que está meridianamente claro es que oscuros intereses han evitado hasta ahora conocer la verdad sobre este tema, verdad que persigue de manera denodada la "Asociación de Familiares de las Víctimas de la masacre de Ústica".

Como resultados de los esfuerzos de esta Asociación para que se llegue a la verdad de este asunto y en aras de conservar viva la memoria de cuantos dejaron su vida en este, 33 años después, irresoluto capítulo de las historia italiana, en el ya citado año de 2007 abrió sus puertas el Museo protagonista de esta entrada en el blog.



Hasta la Vía di Saliceto 3/22 me dirigí una tarde de Agosto acompañado por un intenso aguacero fruto de una repentina y veraniega tormenta que oscurecía el cielo con una negrura intensa que, tal como vino, desapareció justo al llegar al Museo.


Al acceder al Museo (que se encuentra dentro de un parque) fui informado de que no se permitía la realización de fotografías en el interior por lo que no puedo mostraros imágenes propias.



Se acede a un gran espacio central rodeado por una especie de pasillo-mirador-galería con barandilla que lo bordea en su totalidad y que permite observar desde todos los puntos de la instalación creada por el artista francés Christian Boltanski.

En el espacio central, sobre un armazón metálico que simula la forma del tristemente desparecido Dc-9 se han  ido instalando las piezas metálicas que se recuperaron de él en las labores de rescate y que le fueron arrebatadas a las profundidades marinas donde se encontraban, configurando un puzzle incompleto y maltratado de algo que en su día fue una hermosa máquina voladora y ahora se muestra como un triste remedo de aquel brillante y lejano Pasado.



Junto a él, nueve grandes cajas negras opacas que contienen objetos personales de los infortunados pasajeros que se encontraban aquel aciago día a bordo. El listado de estos objetos, que no son visibles, se puedo localizar en un libro creado por el autor a tales efectos.



Sobre este espacio penden 81 bombillas que parpadean continuamente sin apagarse, en un claro mensaje evocador que pretende transmitir la luz con la que la memoria puede disipar las sombras y mantener siempre vivo el recuerdo de los fallecidos a través de la búsqueda de la verdad. El efecto de esta forma de iluminación donde la penumbra imperante se torna en luminosidad por momentos contribuye a que el espectador se imbuya de sentimientos y solemnidad, sensaciones acrecentadas por los sonidos susurrantes que fluyen tras 81 espejos negros que están instalados a lo largo de la galería y que envuelven al espectador en su recorrido.



El resultado global, en mi modesta opinión, logra en el visitante un efecto inmediato ya que la visión de  los restos del aparato, la pieza central de la exposición, nos golpea dolorosamente recordándonos nuestra naturaleza mortal y la imprevisibilidad de nuestro destino y el triste final de sus desgraciados ocupantes, al mismo tiempo que la conjunción con todos los demás elementos expuestos hacen que tengamos presente a cada momento a las personas que dejaron su vida aquel fatídico día.




Es una obra que habla de muerte y rabia, de oscuridad y miedo, pero también de esperanza y recuerdo, de ansia de verdad y luz. Citando a Nadine Gordimer: "La verdad no siempre es bonita, pero el hambre de ella sí".

Espero que algún día los que se fueron y los que quedaron encuentren descanso y la luz de la verdad ilumine las sombras. Siempre, después de la tormenta tarde o temprano sale el sol.























No hay comentarios:

Publicar un comentario